Vacaciones inolvidables e inclusivas

Esta fotografía es de un momento muy gracioso en un restaurante al lado del mar. Recuerdo haber pedido pescado frito, y claro, esperaba esos cubos moderados y asépticos que no se sabe de donde provienen. Algo muy al estilo gringo que ya había visto consumir, pero no había probado aún. No obstante, debí imaginar que un tosco local con techo de paja, tenía que ser más primitivo en sus comidas. Al parecer su original cocinero pensó que el pescado se vería más apetitoso con las aletas paradas como si estuviera vivo, pero se equivocó. No era necesaria tan manifiesta producción. Es más, me sentí un poco culpable de encontrar delicioso al infortunado pez.

Los recuerdos son de un viaje que hice hace tres años. Una tía me invitó todo un mes a su casa en Miami… ciertamente lo disfruté, lo disfruté mucho, y seguí disfrutando y engordando. Hasta estuve en la playa, ya que había a mi disposición esas sillas especiales para personas con discapacidad.

Visité también la escuela pública donde ella trabaja y otros lugares de los que tengo recuerdos muy placenteros, pero en esta ocasión no sólo quiero rememorarlos, sino también compartir mis impresiones.

A pesar de todos los juicios que uno tiene acerca de muchas políticas y acciones estadounidenses, sorprende el respeto generalizado hacia las políticas de inclusión.

Para incluir es obviamente imprescindible crear vías que lo permitan. Cuando hay acceso aparecen las oportunidades, en cambio sin herramientas como esta, no es posible desarrollar nuevas habilidades, ni convertirse en una persona productiva, y de paso, lo suficientemente rentable para llevar a cabo sus proyectos.

En Chile tenemos vergonzosas tazas de cesantía en la población con discapacidad, acompañadas de lamentables estadísticas en educación, pero creo que la parte más triste de asumir, es que estos y muchos otros crudos panoramas son provocados por un problema de mentalidad, en un país que se jacta de su conciencia, solidaridad y cuasi desarrollo.

Día tras día, ya sea por desidia u omisión, contribuimos a instaurar privilegios que anulan la posibilidad de un acceso igualitario, y dan valor y gran apoyo a supercherías caritativas temporales que ocultan la ausencia o ineficacia de políticas públicas y privadas. Argucias que sólo encubren el desentendimiento estatal de sus deberes para con sus ciudadanos y la fría indiferencia empresarial.

El resultado de esta negligencia es una población compuesta por personas que se ven incapacitadas de recibir o aportar, crecer y habilitarse en los innumerables aspectos en los que un ser humano puede hacerlo. Obligadas a asumir la inutilidad que no ha sido impuesta por su discapacidad sino por un entorno hostil que se ha convertido en su enemigo.

 

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