El mundo sigue dando vueltas, cambiemos la perspectiva

Sin títuloEso de salir de la ducha y estar peinada, lista para enfrentar el día, era sumamente seductor para alguien que vive buscando autonomía hasta en los más ínfimos detalles. No pude resistirlo y decidí cortar mi hermoso y preciado cabello. Fui rápido, antes de arrepentirme, pues mi carácter decidido y voluntarioso no es duradero. Mientras mi peluquero y amigo que me ama, desplegaba sus mejores dotes de estilista en aquella anónima y céntrica galería comercial, yo observaba algo apenada a mis mechones de pelo oscuro que caían sobre el blanco del suelo. Recuerdo que aunque salí satisfecha con el nuevo look, insistía en atormentar a mi mamá con preguntas sobre mi aspecto ¿estas segura que no me veo demasiado narigona? Porque estos peinados no le vienen a las narices aguileñas, ¿sabes?… le afirmaba mientras veía mi imagen en el reflejo de las vitrinas, sonriendo y desordenando un poco el corte, en búsqueda de mi mejor ángulo casual. Cuando llegamos a la calle se nos acercó una señora y le preguntó a mi mamá si podía orar por mí. Nosotras nos miramos y silenciosamente acordamos que aceptara… yo venía tan concentrada en adaptarme a mi nueva apariencia que ni siquiera me incomodó la petición. Ya antes me había topado con varias de esas personas amables que tienen fe. Además no me costaba nada dejar que la señora se sintiera feliz haciendo su obra del día, ya que yo también me sentía haciendo la mía al permitírselo.

Pero la vida sí que da sorpresas. No esperaba que la señora expresara su fe con los brazos extendidos implorando hacia el cielo, a viva voz, en pleno centro de Santiago, a la hora en que a toda la gente se le ocurre salir a almorzar. Sin duda su desbordante devoción no jugó a mi favor. Recuerdo que me cohibí lo suficiente con las numerosas miradas de lástima puestas sobre mi silla de ruedas, como para desear que me tragara la tierra.

Aunque he tenido experiencias positivas y negativas en este largo periodo en silla de ruedas, reconozco que al final de cada día, hay muy poco de que presumir, sin embargo, hasta de lo malo se aprende y ese vergonzoso día no fue una excepción. La mirada pesa demasiado, sobre todo si está llena de lástima. El cómo te ven los demás, no sólo refuerza o disminuye la seguridad que tienen las personas en sí mismas, sino que determina ampliamente su posterior desarrollo. Por eso creo que hay que ser muy cuidadosos. Mirar equivocadamente puede hacer mucho daño, en especial si se habla de discapacidad. Las miradas caritativas o paternalistas, no hacen más que perpetuar solapadamente las barreras y obstáculos que pone el entorno. Nos estigmatizan como seres extraños que lo único que necesitan para desenvolverse en sociedad son ayudas y buena voluntad.

No pretendo dar a entender que la discapacidad debe desaparecer de nuestras mentes. Creo que es innegable la carencia a la que se refiere la palabra. Pero de alguna manera todos perdemos cosas importantes. En mayor o menor medida… perdemos a un ser querido, a muchos seres queridos, recuerdos, incluso bienes materiales que no volveremos a disfrutar… y sin embargo, tenemos la capacidad de soportarlo y seguir funcionando. Quizás es lamentable. En más de una ocasión uno quisiera estar muy cerca de la otra persona, aunque eso significara correr su suerte. Pero difícilmente podemos decidirlo. La realidad es clara. Estamos construidos para resistir aunque no queramos. El mundo sigue dando vueltas. Solo hay que darnos la posibilidad de dar vueltas con él.

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