Por esas razones algo antojadizas del destino, conocí hace algunos años atrás a Rosa. Debo confesar que no está entre mis recuerdos agradables, pero la reconozco como una víctima de las circunstancias y carencias del vivir. Ejemplo en extremo clarificador de los males que puede traer la falta total de acceso y oportunidades, y de cómo los entornos pueden violentar, llenar de amargura y obtener lo peor de uno… Rosa no aprendió a leer ni a escribir a pesar de ser una persona inteligente. Hablaba mal y no siempre podía darse a entender. Todo esto, probablemente provocado por una sordera que no le fue detectada hasta ya mayor. Su vida rodeada de profunda ignorancia, transcurría entre insultos, y crudas e insignificantes peleas familiares. Retorcidas supersticiones, xenofobias, miedos y arribismos sin sentido. Y por supuesto, deudas y pobreza. Creo que eso era de lo que más podía presumir… porque en realidad hay que ser justos. Algo de acceso tenía. Casa. Nicho en el cementerio esperando por su cuerpo. Un celular que casi nunca escuchaba ni sabía usar… y todos los electrodomésticos que anunciaban por la tv…por cierto, a todo volumen. Supongo que su amargo esmero por ser odiosa y desagradable, más esta última actitud poco considerada con sus vecinos, le granjeaba el apodo de ″la vieja loca″.
Un año, Rosa consiguió compañía para ir al consultorio de su sector. Se había enterado, no por ellos, claro, que uno de sus problemas era considerado una discapacidad crónica a la que le correspondía atención gratuita. Ingenuamente creía que un par de audífonos harían desaparecer sus peores fantasmas y malas costumbres acumuladas durante toda la vida. Pero aunque muchas cosas son posibles, este efecto milagroso no se pudo comprobar. La mandaron de un lado a otro durante meses y cuando por fin cumplió con los trámites exigidos, los exámenes auditivos estaban caducos y debía volver a hacérselos. Luego de dos años, un día le avisaron… bingo! Sin mayor trámite le dieron un audífono de regular calidad para que escuchara por uno de sus oídos. Estuvo contenta unas semanas, sin embargo, el aparato poseía su complejidad. Requería un cuidado y delicadeza que una mujer que recogía latas y botellas de vidrio, para exprimir unos mugrientos pesos, nunca aprendió a tener.
Esta columna no sólo trata de Rosa o de otras mujeres que como ella, están inmersas en un mundo de injusticias y pocas posibilidades, también habla de la ACCSESIBILIDAD, un concepto que hay que discutir y a hacer presente en los lugares que nos rodean a diario.
Pero como estoy a años luz de ser una experta en el tema, y lo que sé es simplemente lo que experimenta alguien que se moviliza en silla de ruedas, realicé una búsqueda de su significado en Internet. Eso sí, les advierto que no tienen que esperar profundidad de mí investigación, porque en realidad mi pesquisa no pasó más allá del primer par de líneas en los resultados de Google. De todos modos, al igual que la mayoría de nosotros, ya tenía varias ideas al respecto… la accesibilidad generalmente se asocia con puertas, entradas, o acceso a educación y esas cosas importantes… pero quería asegurarme de que el término oficial era tan amplio como yo creía… y resultó que sí lo era. Más extenso que el mar. Aplicable a todo lo que pudiera imaginar. Pensé en incontables maneras de facilitarle la vida a las personas, creando rutas que hicieran posible lo imposible. Sin embargo, la idea de acercar y proveer al otro de lo necesario para desarrollarse, está muy poco posicionada entre los integrantes de nuestra sociedad. Esta creciente indiferencia se refleja en detalles arquitectónicos y urbanísticos insalvables, que inutilizan a cualquiera con limitaciones. Detalles como escalones y entradas de auto construidas con desnivel en las veredas peatonales, sin tomar en cuenta las normas inclusivas de construcción de la ciudad, o la inhumana burocracia que se burla y hace inalcanzables los esfuerzos de muchas personas por estar mejor. Esta apatía generalizada da cuenta de un insensible individualismo que se está apoderando de nosotros, y que sólo logra multiplicar vidas marchitas por doquier.