El otro día miraba la columna de opinión del Blog de Ciudad Fácil, una sobre transporte público, admirada de todas las peripecias que pasó Carolina Lagos en el metro de la capital. Lamenté el que no se me hubiera ocurrido prevenirla antes de que viajara. No hubiera dudado en advertirle que para las personas con discapacidad, o cualquiera con limitaciones físicas,  es muy poco frecuente tener la buena suerte de tomar el metro y llegar a destino sin mayores contratiempos. Algunos desafortunados deben confeccionar un plan de traslado un poco más complejo que lo usual. Primero, necesitan conocer a cabalidad las líneas y recorridos, sus estaciones, las combinaciones posibles, y por supuesto el lugar donde están ubicados los ascensores, o alguna solución de traslado para personas con movilidad reducida.  Una vez terminada la investigación, deben armarse de tiempo y paciencia, porque muchas veces hay que atravesar Santiago, devolverse, o ir en sentido contrario al que te diriges para volver por otra línea. Personalmente, hace unos años ya, que desistí de utilizar este medio de transporte, porque como ya no necesitaba ir a algún lugar con urgencia, y ningún lugar me necesitaba a mí en especial (en 15 años no encontré un trabajo que pudiera realizar)… y el sistema de accesibilidad del Metro no era tan, tan bueno como dice la propaganda, no se justificaba acabar con mi frágil buen humor, al utilizar los ineficaces servicios de traslado de una empresa fría e indiferente con las dificultades de sus usuarios.

Sin embargo, recuerdo que antes de preferir recluirme en casa, y no poner a prueba mis ya trastornadas emociones, tuve una singular experiencia con un ascensor fuera de servicio. Claro, esto de ascensores malos es muy común, pero si se toma en cuenta que pude salir rápido y airosa del incidente sin usar una alterativa sofisticada para sillas de ruedas, y sin recurrir a opciones primitivas como dejar que me elevaran por el aire, o me subieran en andas por las escaleras, cualquiera  se preguntaría… ¿cómo diantres ha podido salir? Pues fácil, la alternativa que me ofrecieron fue utilizar el elevador que servía de montacargas para sacar la basura. Acepté de buena gana, ya que para mi imperturbable rutina, esto  era tan excitante como hacer turismo aventura y luego poder jactarme diciendo: “yo lo viví”…En fin…. Cuando se abrieron las puertas de mi mecánico asistente, salió un olor realmente apestoso. De inmediato miré hacia arriba para ver las caras de asco que ponían mis acompañantes, pero me di cuenta algo frustrada, que yo era la única quisquillosa que lo notaba, así que entre desilusionada y avergonzada hice de tripas corazón y disimulé dignamente. Observé el suelo y las paredes un poco chorreadas e imaginé que serían rastros de algo pegajoso como helado. Nada terrible que mi estómago no pudiera aguantar. Bueno, resumiendo mi exitosa aventura, finalmente salí del lugar tan pulcra como entré, y con eso ya me di por satisfecha.

No obstante mi positiva experiencia, en estos años me he dado cuenta de que la vida no solo se construye con buena disposición y la mejor de tus sonrisas. ¿Se han preguntado qué pasa cuando uno no anda paseando divertida, con tiempo a favor y dispuesta a todo como yo en esa ocasión?, ¿Qué pasa cuando se trata de un niño al que lo llevan diariamente a su colegio? ¿y si sus padres trabajan y están apurados, o si tienen más hijos de los que ocuparse?,  ¿Y qué tal si es una persona con planes o proyectos en el plano profesional o laboral, un adulto que se está capacitando o perfeccionando? ¿Qué tal si es alguien que quiere descansar de un día difícil, y juntarse a tomar un café con amigos a cierta hora, o juntarse con el amor de su vida? ¿Qué hace una persona que necesita hacer su vida cotidiana en condiciones en las que no pueda estar dependiendo de las azarosas vueltas del destino o de los buenos samaritanos?

La realidad que he visto en estos veinte años, es que la gran mayoría de las personas con discapacidad no se desarrolla y simplemente sobrevive sujeta a las vicisitudes del destino. Un destino en muchas ocasiones tan frustrante que la opción de “quedarse quieto”, es la primera en la lista. Por esta razón se hace entendible que esta falta de accesibilidad en algo tan básico como es el desplazamiento por la ciudad, repercuta drásticamente en bajos niveles de escolaridad, ocupación y autonomía de esta parte de la población. Niveles que cambiarían si realmente nos preocupáramos de crear una ciudad accesible e inclusiva que asegurara igualdad de oportunidades y derechos a sus ciudadanos.

 

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *